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lunes, 6 de agosto de 2018

Porque me dolía, pero también me aliviaba || 3/11/2017

Hace unos días estaba revisando las notas en mi celular, haciendo una pequeña limpieza y retomando ideas que había escrito hace tiempo y ya no recordaba. Y entonces di con esto. Recuerdo el día que lo escribí y recuerdo exactamente por qué lo escribí, y no muchas cosas han cambiado desde entonces, pero, de todos modos quería compartirlo porque quizás de esa forma empiezo a soltar las cosas que me duelen, dejar de guardármelo porque al final todo lo que hay adentro explota y el sentimiento es peor. Además, —y tengo que escribir esto para recordármelo a mí misma—, el objetivo es hacer de este blog un espacio más personal. Por mi propio bien.

No es ni de cerca bueno, ni siquiera sé lo qué es exactamente. Sólo sé que esta fue mi forma de desahogarme ese día...




3 de noviembre del 2017.




Estoy atrapada en el medio de un camino oscuro, vacío y sin vida.

No logro ver nada. Nada más allá de mis manos que tiemblan y mis pies que no avanzan. Y, cuando alzo la vista en busca de un resquicio de luz, una guía cualquiera que me diga hacia donde avanzar, todo lo que veo es una lámpara fluorescente iluminando intermitentemente. Y me digo a mí misma que sí, que puedo tomarla como una señal, y avanzo en su dirección dando pasos inseguros, porque ni siquiera es lo suficientemente clara para ver con qué podría tropezarme. Pero no me importa, porque es más luz de la que he tenido en años, en horas, incluso en días. Y está bien para empezar, está bien para intentarlo.

Entonces el tiempo pasa, y me vuelvo una rutina. Conozco de memoria el tic-tac del reloj, y lo repito al ritmo de la música silenciosa. Y despierto, y existo y me duermo. Y así con todo. La luz fluorescente cada día se opaca más, pero soy terca y lo poco que ilumina me parece suficiente, porque es más de lo que puedo esperar de la vida, porque no aspiro a nada, porque soy insignificante y lo he entendido. Y secretamente espero, que la pequeña bombilla que me hace compañía con esa mediocre luz, no se dé cuenta de lo poco importante que soy. Porque entonces, no me quedará nada.

Sueño con los rayos del sol sobre mi piel, iluminando toda la oscuridad de mi vida. O cerrando los ojos y siendo capaz de ver la luz de la luna, que ha sido testigo de casi todos mis sueños porque se los he susurrado en la penumbra, entre lágrimas y almas atravesadas por puñales. Pero, cuando abro los ojos de nuevo, parpadeo un par de veces y descubro la realidad. La bombilla empieza a titilar, anunciando que está a punto de dar lo último de sí, porque ya no tiene esperanzas en mí ni en mi existencia. Y de repente un día, se apaga y me abandona. Como todos, como siempre.

Y en el fondo me siento aliviada, porque no era feliz conformándome con esa luz desgraciada. Porque me recordaba todos los días que no era capaz de más, que era todo a lo que podía aspirar. El mediocre cariño de alguien que ni siquiera te quiere. Pero también estoy triste, porque esa luz era lo poco que tenía, aún si no podía ver más allá de mí misma en su presencia, aún cuando no era yo la que importaba sino ella, y todo lo que podría haber hecho para repararla. Porque en la soledad de este camino, oscuro y vacío, cualquier cosa que me iluminara un poco bastaba. Aún si me dolía, aún si no me escuchaba. Porque me dolía, pero también me aliviaba.

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